valores que dominan en este mundo. Comulgar es una toma de conciencia del programa
y la vocación de Jesús.
Quienes miren con indiferencia, o peor aún, con aprobación, la explotación y abuso de
los débiles por parte de los fuertes, la escandalosa situación de abandono de los
refugiados, el hambre y la miseria de millones de seres humanos, el imperialismo que
promueve guerras en las zonas del planeta que le interesan… quien no esté en paz con
sus hermanos, quien se instale confortablemente en este sistema injusto, de desigualdad,
opresión violencia, y marginación, mejor se abstengan de acercarse a recibir el cuerpo
de Cristo. El programa de Jesús es cambiar radicalmente esa realidad; si no se asume
ese programa, la comunión recibida no tiene ningún valor –al menos ningún valor
positivo–, por mucho que se hayan respetado la forma y la materia.
Y en todo caso el valor de éstas es relativo, sino nulo. El pan y el vino son (eran) un
símbolo adecuado en el territorio y la época en los que Jesús vivió. Si él hubiese vivido
en otra cultura, por ejemplo en algunas zonas de Asia, donde el arroz sustituye al pan, y
seguramente había otras bebidas distintas del vino, sin duda la materia de la eucaristía
que Jesús instituyese sería distinta, pero el espíritu sería el mismo. Se puede concluir
que la materia y la forma de la eucaristía pueden variar en función de la cultura, la
geografía, la época y otras circunstancias, como puede ser al caso de los celíacos, a
condición de que quede claro en todo momento el espíritu y la finalidad: la
concienciación o motivación para el trabajo por el Reino de Dios y su justicia.
Esto pone fin también a otras cuestiones bizantinas que se plantean en relación a la
eucaristía, como por ejemplo, determinar durante cuánto tiempo permanece la presencia
de Cristo tras recibir la comunión. Dicha presencia dura permanentemente mientras el
comulgante actúe como Cristo. Y no dura absolutamente nada si la persona que
participó en la eucaristía se desentiende de la problemática de la sociedad en la que vive
y no se siente implicado en combatir las injusticias y los abusos que se cometen y en
socorrer al prójimo en sus necesidades.
Este tipo de aclaración es lo que se echa de menos en la toma de postura del Vaticano
sobre el tema. Como ocurre con frecuencia, la jerarquía eclesial prestó, también en esta
ocasión, más atención a la letra de su propio Código de Derecho Canónico que al
espíritu del Evangelio de Jesús de Nazaret.
Faustino Castaño
Gijón, 14 de julio - 2017